Ya dije en la entrada dedicada a la autobiografía deMötley Crüe que soy una suerte de maruja metalera a la que le encanta meter las narices en los entresijos de la vida de quienes componen el mundillo.
Por otro lado, ultimamente me ha dado por ver documentales como si no hubiese un mañana, así que hallar un documento como Last days here, ha supuesto para mi una de las mejores/peores experiencias frente a la pequeña pantalla de los últimos meses.
Bobby Liebling es el vocalista de la banda pionera del sub-estilo Doom Metal Pentagram, banda que si bien después de ver el documental recordé que no me era del todo desconocida, tampoco puedo afirmar que fuese uno de sus mayores seguidores precisamente.
Como bien se les define en el propio vídeo, podían ser una suerte de Black Sabbath norteamericanos con menos predicamento y además contemporáneos de la banda de Tony Iommi y Ozzy Osbourne.
Que la banda inglesa les adelantase por la derecha en su día, no fue solo una cuestión de marketing, sino en un 90% culpa del propio Liebling y de su personalidad autodestructiva e inestable, que hizo que la el primer disco del grupo no viese la luz hasta 1985, habiendo comenzado su carrera en 1972.
Como anécdota destacable y que da buena cuenta de las vicisitudes por las que pasó la banda, cabe destacar el interés que mostraron en ellos los todo poderosos Gene Simmons y Paul Stanley de Kiss, que les llevó incluso a visitar personalmente el local de ensayo de la banda.
Huelga decir que durante el ensayo la banda la jodió de tal manera que ni Stanley niSimmons quisieron saber nada más de ellos en su multimillonaria vida.
Al principio del documental nos encontramos con un panorama terrorífico.
Liebling agoniza (literalmente) desde hace 14 años en el sótano de la casa de sus padres, presa de sus propios demonios y de algo mucho peor: una adicción a toda clase de drogas absolutamente brutal y devastadora.
Es cuando entra en escena Sean “Pellet” Pelletier, primero fan de la banda, después amigo y finalmente manager obsesionado con sacar a Bobby de su estado actual.
Si bien es cierto que uno no puede por menos que compadecerse de Liebling, no es menos cierto que el verdadero héroe de la función es Pelletier, que a lo largo del metraje nos deja claro, pero sin vanagloriarse en ningún momento de ello, que ha invertido hasta su último centavo y minuto en devolver a Pentagram a los escenarios y darle a Liebling una vida digna.
En ese periplo, Pellet llega hasta Philip Anselmo, posiblemente el último vocalista en alcanzar el status de metal god hasta ahora, cantante de la última gran banda de metal hasta nuestros días, Pantera y que actualmente milita en las filas de Down.
Anselmo, al que se le puede tachar de muchas cosas, pero no de desconocer el terreno que pisa ni de no rendir tributo a los que vinieron antes que el, se declara un devoto seguidor de la banda y está dispuesto a darle una oportunidad a Liebling en forma de contrato discográfico, siempre y cuando este consiga mantenerse en pie, desde luego.
Quiero hacer un inciso aquí para comentar lo sorprendentemente en forma que se encuentra el cowboy from hell. Y si me sorprende es porque si alguien tenía papeletas para acabar como el propio Liebling debido a la vida que llevaba ese era Anselmo. Quizá por eso mismo entendió la situación desde el primer momento.
Ni me apetece ni creo que deba destripar como continúa y acaba el documental porque merece la pena su visionado.
Resumiendo, decir que hace que el Some kind of monster de Metallica parezca una pataleta de cuatro multimillonarios y es la cara opuesta a, por ejemplo Lemmy, documental sobre el mítico e incombustible alma mater de Motörhead o God Bless Ozzy Osbourne en los que podemos ver como los principios en el primer caso (“he tomado de todo, pero jamas esa mierda de heroina” declara Lemmy) y el dinero en el segundo consiguen alejar del abismo a dos puntas de lanza del rock que caminaban por el mismo camino que nuestro protagonista.
Y si Anvil es uno de los mejores documentales jamás rodados sobre las vicisitudes de un grupo de metal, la historia de estos no deja de ser un trasunto musical y real de la vida deRocky Balboa por lo que acaba resultando agridulce pero simpática.
Imprescindible para metalheads, gente interesada en el mundo de la música en general y para todo tipo de persona, ya que, al fin y al cabo, dejando de lado las guitarras afiladas y las chupas de cuero, es un sincero, crudo y devastador documento de lo que las adicciones pueden llegar a acarrear y un canto a la verdadera amistad como he visto pocos.



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